España

Tinto de verano. Notas bajo el sol

Con la llegada de agosto, afrontamos un nuevo viaje a España. Una nueva aventura, ya que la peripecia nos acompañó desde el inicio, pues, siguiendo esa idea tan mediterránea, llegar hasta allí fue una odisea.

El buen tiempo nos dio la mano desde el inicio, tanto en la capital, Madrid, como en aquellas salidas que hicimos a luminosos escondites rurales o costeros.

En la gran urbe, disfrutamos tanto de la oferta cultural, con visitas al Museo del Prado o la asistencia a una muy divertida obra de teatro gestual, Olimplaff, como de la gastronómica, ricos helados de mango, stracciatella o queso de cabra para sofocar el calor capitalino, o urbanística, con paseos a algunos de los pulmones verdes de la ciudad, El Retiro o el Real Jardín Botánico, o deambular por el Templo de Debod, para asistir al espectacular atardecer en uno de los epicentros madrileños de las noches al aire libre.

A kilómetros de distancia y constelaciones de tranquilidad, recorrimos, desde el pintoresco pueblo de Candelario, los bosques y los picos de la Sierra de Bejar, cruzando arroyos, antiguos lechos glaciares, extensos robledales o alfombras de granito.

El mar también nos acogió, ese Mediterráneo que a lo largo de siglos ha traído y llevado personas, culturas, civilizaciones, en un constante flujo del que no pudimos sustraernos. Málaga, en plena feria, fue nuestro destino. La diversión estaba servida, con casetas, música flamenca, madrugadas eternas, ganas de pasarlo bien, el rumor del mar y sonrisas con acento sureño.

Como siempre, las vivencias fueron muchas y el tiempo breve. Al fin y al cabo, ese es el secreto de no perder la sed de viajar.

25.08.2014